lunes, 17 de diciembre de 2012

S

A veces la vida exige que demos un parón. Un parón de los buenos, de los que te hacen ver lo que quieres y lo que vas a querer siempre. Y de los que hacen ver por qué esa pieza es la única que quieres y la que te va a importar siempre. Pase lo que pase
Y llega un punto en tu vida en que te paras pensar y nada es como pensabas que era o como querías pensar que fuera. Y es ahí cuando ves que tu vida esta patas arriba sin saber ni como ni cuando has llegado a ese punto. Y ya no sabes que hacer para volver atrás.  A tener todo bajo control. Y es que cada parte de tu mundo ahora se ha convertido en pequeñas partes incapaces de controlar. Y empiezas a ver que tiene un vacio inmenso en tu interior que duele que machaca, que desquebraja, que mata por dentro y que todos tus intentos para salir de ahí son inútiles y se convierten en un peso más.  Y te sientas. Te acercas a la ventana. Miras. Observas a la gente pasear. Cierras los ojos y deseas que todo se vuelva a colocar minuciosamente donde estaba, sin molestar y sin hacer demasiado ruido. Aprietas más los ojos sintiendo esa fuerza que te dice que todo irá bien y que no hay de que preocuparse.. Vuelves a abrir los ojos. Que ilusa por mi parte. Todo sigue igual e incluso te sientes peor por creer que en un momento de desconexión todo se arreglaría y se convertiría en la vida perfecta que antes tenías y ahora tanto echas de menos.
¿Qué queda ahora? Nada. Esperar a que se te ocurra una magnifica idea para cambiar tu mundo